¿El espejo nos devuelve la imagen que queremos?



Pocas veces sucede que el espejo devuelva una imagen ideal

Hemos pasado de la curva de la felicidad (la barriga) a la elipse de la decepción. De la supuesta simpatía y jovialidad del «gordo feliz» al obeso que, además de tener un problema de salud, es rechazado por la sociedad, que ve en él un estereotipo del fracaso. Aunque para sentirse mal con uno mismo, no siempre hace falta parecer un modelo de Botero.

Los medios de comunicación y las modas no favorecen en nada las percepciones que podemos tener a través de un espejo. Y si rizamos el rizo, podemos llegar al punto de la crueldad y el ridículo para quien no cumple unos estereotipos de apariencia física.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el criticado reality show emitido por la BBC3, un canal público por cable de la televisión británica, llamado Fat Kids Can’t Hunt («Los chicos gordos no saben cazar»). Una especie de Gran Hermano donde diez adolescentes obesos son «desterrados» a una selva en la que deben pasar todo tipo de pruebas para poder alimentarse. La cadena vende el programa como «la oportunidad de unos chicos de cambiar su poco saludable relación con la comida».

Antaño, los gordos eran presentados como fenómenos de circo y se les paseaba y exhibía de pueblo en pueblo. Su enfermedad era a la vez su trabajo y su gordura se retroalimentaba en un eterno círculo vicioso: en cierta manera, podía decirse que comían para trabajar. Ahora, el escarnio se realiza a través de la televisión. Una vez más, la amoralidad recorre los rayos catódicos de una televisión pública.

Mientras, el Gobierno laborista de Reino Unido tiene previsto invertir en tres años casi 500 millones de euros en bonos canjeables por comida saludable o cuotas de gimnasio para que los obesos británicos, el 25 % de la población adulta y el 30 % de la infantil, cambien de vida.

Incongruencias de la vida o quizás no, la eterna lucha entre la forma y el fondo, aquella que afirma que el fin justifica los medios... Dos medios, el amarillista y el constructivo, ambos pagados por el ciudadano, para llegar a un mismo resultado.

¿Me sobra algo?


En personas normales, sanas y equilibradas física y mentalmente — que no padezcan ni anorexia ni bulimia—, una dieta está condenada al fracaso si no sabemos distinguir si su necesidad es real o virtual. Y es que no hace falta padecer una enfermedad psicológica para tener una percepción distorsionada de la realidad.

Con independencia de las razones —objetivas o no— que nos llevan a hacer una dieta, existe la posibilidad del fracaso. El abandono, la falta de tiempo, de paciencia, o la flaqueza de la fuerza de voluntad para acometer, paso a paso, los procedimientos que nos conducirán a la meta propuesta pueden dar al traste con un tiempo y un esfuerzo ya iniciados.

¿Qué es lo que falla? El autoconvencimiento y el amor propio, la autoestima en el sentido más literal. La vida sigue y no es un concurso de televisión, una caja cerrada que nos aísla de todo y de todos. Por eso, no sólo los dietistas, sino también los terapeutas y psicólogos, insisten en la necesidad de acompañar la dieta con una serie de actitudes, acciones y trucos que nos allanen el terreno, que sepan premiar nuestro esfuerzo y no conviertan en un fracaso cualquier pequeña adversidad.

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