¿Comemos por estrés, depresión?

La relevancia de las emociones

Todavía sigue vigente en nuestra cultura aquel dicho de «las penas con pan son menos» o el de «pan y vino alegran el camino». Nos han enseñado que la comida es un consuelo y que puede ayudarnos en los difíciles vericuetos de la vida: seguimos «matando» las emociones en lugar de enfrentarnos a ellas. «La pena, el miedo, la frustración, la soledad, el aburrimiento y hasta los celos son una excusa más que suficiente para desvalijar la nevera», asegura el psicólogo Daniel Goleman; la sociedad moderna no está preparada para abrir la «caja de los truenos» o, como decía Jung, «la sombra» que todos cargamos, como una mochila repleta de todo lo que nos molesta o no queremos reconocer.

Toda acción genera una emoción. Según el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, el famoso autor del libro Inteligencia emocional, las emociones son los ingredientes principales que contribuyen a nuestro éxito o fracaso. El primero depende de reconocerlas, entenderlas, hacerlas nuestras y actuar en consecuencia; el segundo, de dejarnos llevar por los efectos que estas producen.

Si partimos de la base de que cualquier emoción es una manifestación química endógena y dejamos que actúe libremente sin tomar conciencia de ella o la obviamos, actuaremos químicamente.

Permitiremos que nuestro cerebro reponga sus sustancias endógenas a través de la ingesta indiscriminada de todo aquello que nos hace sentir bien o nos consuela, y que no suele ser un ramillete de berros o unos palitos de zanahoria, sino dulces o grasas donde mojar pan.

Para Goleman, la persona que come porque está aburrida es tan inconsciente como la que se atiborra de chocolate para mitigar su desconsuelo. Ninguna de las dos está asumiendo lo que le pasa. ¿Cuál es la solución? En primer lugar, reconocer las emociones cuando aparecen y adecuarlas al momento. ¿Qué cura el aburrimiento? La distracción y la acción. ¿Qué cura el desconsuelo? La comprensión y la sociabilización. La ingesta de alimentos cura el hambre, que no es una emoción, sino una función fisiológica.

El estrés, un arma de doble filo

Uno de los peores enemigos de la dieta es el estrés. Una persona con una actividad normal tiene que reaccionar, al cabo del día, a una veintena de estímulos estresantes. La mayoría de ellos son tan inocuos que los atajamos de manera automática, pero otros hacen mella en nuestro organismo tanto física como emocionalmente.

Por definición, el estrés acontece cuando el cerebro se sitúa en alerta máxima y agudiza los sentidos. Ordena la activación de las glándulas que llevan adrenalina y cortisona hacia el torrente sanguíneo para que aumentemos la producción de energía y la fuerza muscular.

El estrés es una situación de emergencia donde lo «programado» se descontrola. Nuestro cerebro no entiende si el cambio es bueno o malo, sino que se trata de una alteración, y antes de juzgarla, para que podamos responder a ella, activa todas las alarmas.

Según el fisiólogo canadiense Hans Seyle, cuando acontece una situación de estrés se producen tres fases de reacción.

La primera es la de alarma, que prepara nuestro cuerpo para la acción. Las glándulas endocrinas liberan hormonas, se incrementan los latidos del corazón y el ritmo respiratorio, se elevan los niveles de azúcar en la sangre, se dilatan las pupilas y se lentifica la digestión.

En la segunda fase, denominada de resistencia, el organismo repara automáticamente cualquier daño causado por la reacción de alarma, pero si continúa la situación de estrés, se anula de inmediato este estadio y se vuelve a la primera etapa.

La tercera fase se denomina de agotamiento y acontece tras una exposición prolongada a situaciones estresantes. En realidad, supone la sobreexplotación de las reservas de energía del organismo, lo que provoca situaciones de ansiedad, alteración de las emociones e incapacidad para controlarlas.

Con un panorama como este, se sobreentiende que una de las claves para hacer una dieta de forma adecuada sea controlar que no se está bajo ningún tipo de presión estresante.

Ahora bien, debemos distinguir entre el estrés negativo, o distrés, y el positivo, llamado eustrés. En el primer caso, la emergencia supera la capacidad de respuesta de nuestro organismo; en cambio, el segundo es un estado gratificante y placentero.

Si enfrentarnos a la dieta implica tensión, desgana, aparición de problemas, desmotivación y, en definitiva, es un «rollo» que nos aporta más alteraciones que beneficios, estamos generando distrés. Pero si somos capaces de tomarnos la dieta con ilusión, nos motivamos y nos esforzamos por ir un paso más allá, lograremos estimular el organismo con un óptimo nivel de eustrés.

En los estudios realizados por el doctor Hans Seyle se afirma que el eustrés estimula el sistema límbico, responsable de gestionar las respuestas fisiológicas producidas por las emociones y que, además, está vinculado con la memoria, la atención, la personalidad y la conducta. Un estrés positivo hará que veamos la dieta como una aliada y no como una enemiga.

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